lunes, 12 de diciembre de 2011

Obsesión por encontrar un planeta igual que el nuestro





El descubrimiento de un planeta similar a la tierra ha generado una ola de entusiasmo, pero nuestra fascinación con encontrar otros mundos habitables se retrotrae mucho tiempo atrás, sostiene el escritor de ciencia ficción Robert J. Sawyer.



Las palabras más famosas en la historia de la ciencia ficción son las que pronunció el capitán Kirk en la narración inicial de Star Trek, en la que explica que la misión de la nave Enterprise es "explorar nuevos mundos".



Pero lo que realmente queremos es explorar nuevos mundos que nos sean familiares, mundos como la vieja madre Tierra, mundos en los que podríamos encontrar "vida nueva y civilizaciones nuevas".



La noción de que en mundos similares al nuestro podría haber vida se retrotrae al amanecer de la ciencia ficción. En la obra maestra de Herbert G. Wells La guerra de los mundos (1898), Marte es un mundo más antiguo que la Tierra que se está muriendo.



Nuestro planeta les recordaba a los marcianos qué húmedo y verde había sido el suyo. En palabras de Wells, esto hizo que "vieran a nuestra tierra con ojos envidiosos, y que de a poco hicieran planes contra nosotros".

La novela de Wells empieza con una frase de Johannes Kepler, el gran astrónomo que murió hace 381 años. El telescopio en órbita que lleva su nombre recientemente descubrió lo que los científicos rápidamente llamaron un planeta gemelo de la Tierra en la órbita de una estrella ubicada a 600 años luz.



Decir "gemelo" es una exageración. El planeta descubierto hace poco, llamado Kepler-22b, es mucho más grande que el nuestro, pero aun así, es el más pequeño que se conoce fuera de nuestro sistema solar. Su hallazgo nos hace presagiar el eventual hallazgo de un verdadero gemelo, un planeta que sea realmente una segunda Tierra.



Los planetas pequeños, como los cuatro más cercanos al sol en nuestro sistema, son rocosos. Los más grandes, como los cuatros más lejanos, no son mucho más que bolas de gas. Kepler-22b es un poco más extenso que el planeta rocoso más grande de nuestro sistema solar, que no es otro que la Tierra, pero mucho más pequeño que el más chico de nuestros planetas gaseosos (Neptuno).



Realmente no sabemos qué tipo de composición tiene un planeta del tamaño de Kepler-22b. Pero si es rocoso su gravedad sería aproximadamente de 2,4 veces la de la Tierra. Podría haber vida allí, pero no esperaría ver nada tan grácil como nuestras jirafas o grullas.



No sólo importa el tamaño, sin embargo. Para ser similar a la Tierra también se necesita un sol como el nuestro y Kepler-22b lo tiene.



También se necesita una órbita apropiada, que no lo ubique ni muy lejos ni muy cerca del calor de la estrella y que permita que el agua permanezca en estado líquido, lo que muchos científicos consideran necesario para la vida. Kepler-22b cumple con ese requisito también. Si tiene una atmósfera como la nuestra, con su respectivo efecto invernadero, su temperatura en la superficie rondaría los 22ºC.



Pero todo esto es muy hipotético. Nuestro propio vecino Venus se acerca más a ser un gemelo de la Tierra en cuanto a tamaño. Además, tiene su órbita dentro de un rango de distancias con respecto al sol que pueden hacer viable el agua líquida. Pero tiene una atmósfera tremendamente densa y un efecto invernadero descontrolado que da como resultado una temperatura promedio en la superficie de 460ºC. No puede haber allí vida tal cual la conocemos.



Las chances son muy pocas de que Kepler-22b realmente sea húmedo y habitable como esperamos. Así las cosas, hay que seguir buscando.



El capitán Kirk y la tripulación visitaban un nuevo planeta cada semana. Nosotros encontramos nuevos planetas con una frecuencia aún mayor. Dentro de poco descubriremos lo que estamos buscando. No un mundo extraño y nuevo, sino uno que nos sea familiar con océanos, grandes extensiones de tierra y polos helados, con una atmósfera transparente y rica en oxígeno, y con una gravedad confortable.



¿Y qué entonces? El capitán Kirk lo dijo mejor que nadie, querremos ir a donde nadie haya ido antes.

Hay serias discusiones para hacer eso posible. En octubre, la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa de Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en inglés) me invitó junto a otros escritores de ciencia ficción a compartir visiones con científicos e ingenieros en el primer simposio público sobre el 100 Year Starship Project, una iniciativa para enviar seres humanos a un planeta fuera de nuestro sistema solar dentro de cien años.



El consenso del encuentro -que tuvo lugar no muy lejos de Cabo Kennedy- fue que este es un objetivo verdaderamente realista. Cuando Neil Armstrong pisó por primera vez la Luna, comentaristas del mundo entero dijeron que la ciencia ficción se había convertido en una ciencia fáctica.



En el futuro, ese pequeño paso será seguido por un gran salto si los humanos caminamos sobre un planeta fuera del sistema solar. Si el planeta que visitemos es realmente un gemelo de la Tierra, quizás haya nativos en él para recibirnos a nuestra llegada.



Esperemos que todo se desarrolle de forma más parecida a los amistosos encuentros de Star Trek que a los que H. G. Wells describió. De cualquier forma, mientras avanzamos hacia la frontera final, una vez más la ciencia ficción se convertirá en una ciencia fáctica.

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